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Populismo

El populismo es un fenómeno político altamente controversial que no se limita a una sola región, pero que ocurre prominentemente en las Américas y en Europa. Bajo este fenómeno yace un concepto científico, histórico y social poco definido, cuya ambigüedad puede ser comprendida con dificultad. Las definiciones universales de populismo son deficientes, pues no logran capturar las variedades históricas específicas; consecuentemente solo una versión ideal-típica del populismo puede explicar qué tienen en común los populismos individuales/regionales.

Las diferentes caracterizaciones de populismo convergen en la siguiente definición: los movimientos o grupos llamados populistas apelan a la población; al contrario de las élites, hablan a la ‘gente común’ de una forma que trasciende las fronteras de clases; se presentan a sí mismos como anti-elitistas y están en contra del ‘establishment’. ‘El pueblo contra los poderosos’ es el eslogan del populismo. A menudo carecen de un programa político concreto, los populistas centran su atención en ciertos aspectos selectos. Su compromiso, basado en una retórica moralizante, se dirige al no definido bienestar de la ‘gente común’, que tiene que ser protegida del poder abrumador de los intereses nacionales e internacionales. Los populistas prefieren un estilo de política directo e inmediato sin organizaciones intermediarias, como partidos o canales formales de participación democrática o instituciones. Su imagen de la sociedad es más o menos dicotómica y existen conceptos claros, aunque cambiantes, de un enemigo. Ante los ojos de sus abogados populistas, la ‘gente común’ siempre tiene la moralidad de su lado, pues representa la mayoría de la sociedad.

El populismo no tiene una buena reputación en sí mismo. El término generalmente tiene matices negativos, y ser un populista conlleva un estigma político: el término es generalmente usado para señalar una política oportunista que intenta ganar el favor de las masas, más allá de contenidos políticos, y que manipula o explota a la población para fines u objetivos individuales. Los populistas se presentan a sí mismos como cercanos a la gente, suscitan emociones, prejuicios o miedos y ofrecen soluciones simples a problemas políticos complejos. El empeño individual por el poder está generalmente ligado a una falta de responsabilidad por el futuro político de una nación y la falta de sostenibilidad con respecto a la solución de problemas sociales.

A pesar de que el caldo de cultivo para el populismo puede ser muy diferente, este suele surgir cuando la sociedad experimenta cambios rápidos, en los cuales las estructuras de poder autoritario y/o tradicional caen o se encuentran en crisis. Puede aparecer como una estrategia de discurso, como un método de gobierno, o como un movimiento de protesta social. Como una estrategia de discurso es compatible tanto con ideologías de izquierda como de derecha. Como un método de gobierno, es una estrategia de movilización y un consenso de seguridad de las élites políticas o líderes individuales. Como un movimiento de protesta social el populismo tiene una base social de masas reunida en torno a un líder central, que demanda perspectivas de desarrollo socio-económico y participación política efectiva. Las formas híbridas son más comunes.

Populismo en EE.UU.

Históricamente, el populismo se originó en EE.UU. a mediados del siglo XIX como un movimiento de protesta en las áreas rurales en reacción al proceso de modernización social integral y a la transición del capitalismo competitivo al capitalismo organizado. Los diferentes grupos tenían rasgos retrógados y de antimodernos. Los populistas articularon los intereses de los granjeros del medio oeste y el sur de los EE.UU. en contra de la superioridad política de las grandes ciudades, los monopolios, bancos y trusts, así como las políticas monetarias deflacionarias del gobierno central. Ellos exigían el restablecimiento de una democracia agraria y se apuntaban al ‘heartland’ de EE.UU. Esto se puede entender primariamente como un activismo de base, unidades manejables sin elementos representativos ni intermediarios. Esto se llevó de la mano con una retórica igualitaria del ‘hombre común’ que se dirigió a intereses particulares organizados. Este populismo agrario (también conocido como radicalismo granjero o campesino) a través de la Alianza de los Granjeros acaparó los debates políticos en la década de 1880. Su brazo político, el Partido del Pueblo o Partido Populista, fundado en 1891, fue en su momento el tercer partido más fuerte junto con los Republicanos y los Demócratas. Poco después del fin del siglo, las constelaciones populistas se desvanecieron visiblemente. Sin embargo, otros partidos políticos retomaron sus demandas y alcanzaron sus objetivos. El populismo norteamericano temprano puede ser entonces entendido como una revuelta de empresarios emprendedores de mediano y gran tamaño en contra de la Gran Corporación y de la unilateralidad de un sistema económico capitalista, que pudo haber fallado como revuelta, pero que tuvo éxito como vía para demandar reformas persistentemente.

Los impulsos populistas también incursionaron en las políticas de los progresistas y el New Deal en el primer tercio del siglo XX, apelando a las esperanzas de la base de la nueva población urbana y socialmente desfavorecida con políticas intervencionistas del Estado de bienestar. En adelante no solo se escuchaban cada vez más los conceptos y estereotipos populistas entre los políticos de alto rango a nivel nacional, sino que el populismo también se reveló capaz de transformarse y adaptarse a nuevas situaciones. Las diferencias entre el populismo de los estados del norte y del sur de los EE.UU. dependieron de la base social concreta, la percepción política de problemas y las crisis de identidad de la clientela del populismo. Algunos populistas se basaron en experiencias históricas tempranas, otros propagaron un clientelismo masivo centrado alrededor de un líder. Figuras políticas dominantes, como George C. Wallace en los años 70 o Ralph Nader y Henry Ross Perot (y su movimieno United we Stand America on Reform Party) en los años 90, operaron mayormente de manera oportunista y sin principios; sus ideologías estuvieron ligadas algunas veces a posiciones conservadoras y otras veces a posiciones liberales. Pat Buchanan y Jesse Ventura siguieron a esta línea. La función de tales movimientos populistas o partidos en los EE.UU. fue poner en la agenda política temas desatendidos y ofrecer un hogar político a grupos de la sociedad norteamericana socialmente descalificados o amenazados con ser relegados. Los elementos centrales del populismo se encuentran en todos estos movimientos y partidos; hasta cierto punto, el populismo incluso se ha convertido en una parte integral de la democracia de EE.UU.

Populismo en Latinoamérica

En Latinoamérica el populismo ha sido siempre, por contraste, un fenómeno político. Allí desarrolló su poder político más grande y el continente fue el campo de juego predilecto de todo tipo de populistas. Solamente allí el populismo se ha convertido en un fenómeno sostenible y rápidamente dominante. Los populistas latinoamericanos han logrado alcanzar el poder en repetidas ocasiones, mientras que en otras partes del mundo han mantenido el estatus restringido de un movimiento social. Latinoamérica muestra una larga tradición de populismo, que en un análisis histórico puede ser distinguida mayormente en tres olas:

a) El populismo clásico con una orientación nacionalista y progresista, fue característico entre 1930 y 1980. Las figuras dominantes incluyeron a Juan Domingo Perón en Argentina, Gertulio Vargas en Brasil y Jose María Velasco Ibarra en Ecuador.

b) El Neopopulismo, con una orientación neo-liberal o conservadora, aparece entre 1980 y 2000. Estuvo influenciado por personas como Carlos S. Menem en Argentina, Alberto Fujimori en Perú y Fernando Collor de Mello en Brasil.

c) Finalmente, a comienzos del milenio surge un tipo de neo-neopopulismo, identificado con ideologías de izquierdas, y que está más fuertemente conectado a elementos ideológicos nacionalistas y progresistas de la primera ola. Las representaciones más importantes de esta tercera ola son los “Socialistas del siglo XXI”, concretamente Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.

Las siguientes características son consideradas constitutivas de los regímenes populistas en América Latina:

  • Por regla general, los populistas no tienen una ideología política unida o un programa político coherente. El populismo a menudo funciona como fusión de alianzas que trascienden las fronteras de clases, que incluyen las clases bajas marginadas, trabajadores, clase media y militares. Algunas variaciones del populismo congregan a movimientos masivos garantizando la membresía con redes clientelistas y lealtades personales al líder populista. Cuando se organizan dichos movimientos, responden ante la movilización, pero también tienen el control social de sus colaboradores.
  • La relación directa y cercana entre los líderes y la población causada por estructuras verticales de poder es un segundo elemento constitutivo del populismo. La omisión de intermediarios institucionales abre la puerta a la seducción demagógica de un líder carismático. Los líderes populistas usan mensajes emocionales y apelan al patriotismo o la soberanía nacional. La televisión y la radio son los medios preferidos para distribuir los mensajes populistas; apariciones y discursos del líder populista en lugares públicos proveen contacto directo con la gente. Los líderes carismáticos se retratan a sí mismos como la encarnación de la voluntad del pueblo y a menudo como figuras mesiánicas virtuales.
  • Un tercer elemento del populismo es que reinventa símbolos que hacen referencia a la identidad o símbolos históricos representativos. La veneración a héroes de su propia historia-como Simón Bolivar, Eloy Alfaro o Eva Perón – que se han convertido en una suerte de mito – o a características reconocibles como los “descamisados”, la hoja de coca o las boinas – crean y garantizan las identidades colectivas que contribuyen a la identidad nacional.
  • Los populistas son por lo general externos al sistema político y llegan al poder con un discurso antioligárquico, por ende, se diferencian a sí mismos de la “clase política”. El rechazo al orden oligárquico y el énfasis en la oposición de la gente hacia la oligarquía son elementos decisivos en la batalla contra las antiguas élites. Este estatus de externo es cultivado y relacionado con las características físicas, que le diferencia de la “elite blanca”.
  • Los populistas tienen el apoyo del “pueblo”, en especial de los marginados y excluidos. No son siempre elegidos democráticamente pero su supervivencia política depende del apoyo de extensas clases sociales. Para no perder su legitimidad, deben asegurar su apoyo de manera constante. Así, los populistas son dependientes de una comunicación directa con el pueblo, por lo que organizan referéndums y tratan de elevar su legitimación a través de la identificación de la gente con el líder.

La sostenibilidad del populismo en Latinoamérica señala causas estructurales como razones para el atractivo del fenómeno: en términos de estructuras sociales, las naciones de América Latina están divididas de muchas formas; existen clases y entornos sociales claramente distinguidos que no han sido capaces de evolucionar. Grupos de interés y partidos no han alcanzado un poder comparable para estructurar las sociedades en la medida presente en Europa y Norteamérica. Socioeconómicamente, los países latinoamericanos se caracterizan por una extrema desigualdad social, de manera que la relación de tensión entre la pobreza y la exclusión, por un lado, y la afluencia de una clase alta reducida por el otro, forma un terreno ideal para dichas políticas populistas. Políticamente, el populismo no es menos que una consecuencia de los tres factores siguientes: a) estados e instituciones débiles que están conectados a una crisis de largo plazo en la representación política, b) gobiernos elitistas que no están interesados en construir ciudadanías en el sentido propio del término, y c) una cultura política de paternalismo y corrupción, en la cual las medidas sociopolíticas no están administradas como un derecho civil, sino como un regalo de un patrón o líder a cambio de apoyo político continuo.

Populismo y Democracia

La relación entre el populismo y la democracia se da en múltiples niveles y es ambigua. Etimológicamente, el populismo exhibe un componente fuertemente democrático según su orientación hacia el pueblo o los intereses del pueblo. Aunque los populistas en un principio promueven la inclusión de los grupos más desaventajados de la población, y por ende la democracia, la subestiman al mismo tiempo al criticar las instituciones de representación democrática. Los populistas tienden a reemplazar las instituciones democráticas con un líder fuerte que promete soluciones rápidas a problemas sociales en base a lealtades personales sin contar con estructuras institucionales formales o procesos partidarios. Casi todos los populistas desacreditan los principios tradicionales, organizacionales y de toma de decisiones de los partidos políticos y prefieren gobernar a través del poder legislativo mediante la concentración del poder en el ejecutivo. Por lo tanto, los populistas a menudo gobiernan por sus intentos de cambiar la sociedad al margen de la ley – una ley que, de todas formas, ellos rechazan o creen que es beneficiosa únicamente para las élites tradicionales. En los modelos que aspiran a una “democracia participativa” o una “radical”, las instituciones tradicionales tienen solamente un papel secundario y el líder gana una extraordinaria cantidad de poder. Por lo tanto, generalmente existe un vínculo con el debilitamiento de instituciones y procesos democráticos.

Peter Imbusch

Favor citar como:
Imbusch, Peter. 2012. “Populismo.” InterAmerican Wiki: Terms - Concepts - Critical Perspectives. /einrichtungen/cias/wiki/p/populism.xml.

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